Ana María Valderrama: en la senda de Sarasate
Como buena prodigio del violín, ha tenido en Sarasate una sombra que la protege. Su nueva bendición es un bebé que ha llegado con tres discos bajo el brazo
Después de darse a conocer con apenas 20 años como solista junto a Zubin Mehta en el concierto por el 70 cumpleaños de la Reina Sofía, el nombre de Ana María Valderrama se ha asociado estrechamente al de Pablo Sarasate, el prodigio del violín. Mientras Sarasate la protegía, ella se dedicó, como tantos instrumentistas que tienen dificultades para subsistir sólo con sus conciertos, a labrarse un futuro, que en su caso cobró forma en una plaza de profesora en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid (RCSMM).
En 2011, Valderrama logró el primer premio y el Premio Especial del Público en la XI edición del Concurso Internacional Pablo Sarasate. Fue la primera española en obtener ese galardón, que ofrece el privilegio de lucir las dotes violinísticas tocando uno de los dos Stradivarius que pertenecieron al virtuoso navarro, el Boissier (el Rojo), legado precisamente al RCSMM.
Los caminos de Valderrama y del Boissier se han cruzado dos veces más. La musicóloga María Nagore la invitó a tocarlo en la presentación de su libro Sarasate, el violín de Europa, en el que daba cuenta del hallazgo de dos obras desconocidas del gran violinista. Esas piezas, sumadas a otras bien conocidas de Sarasate y algunas más de su discípulo Théodore Dubois, de Saint-Saëns y de Lalo, conformaron el primer disco de Ana María, À mon ami Sarasate, que grabó parcialmente con el Stradivarius rojo.
¿Por qué parcialmente? La convivencia con él le resultó a la joven profesora y concertista tan difícil como opinaba el propio Sarasate, que sentía al Boissier «tan insensible a las caricias» como «las mujeres que se saben demasiado bellas». Para Valderrama, las dificultades tenían que ver no sólo con un tamaño nada adecuado a su constitución, sino también con la resistencia a mostrar su bello sonido de un instrumento que normalmente se exhibe, pero no se toca. Con todo, el resultado sonoro no se resintió de estos inconvenientes y el álbum recibió críticas extraordinarias.
Desde aquel 2016, la violinista ha vivido momentos capitales en el orden profesional y en el musical. Con Luis del Valle, pianista del Dúo del Valle, ha tenido un niño que, en lugar de un pan bajo el brazo, ha traído tres discos. El primero, grabado cuando estaba de cinco meses, no lo ha hecho con su marido (como el de Sarasate), sino con su cuñado, Víctor, «no por nada» -bromea- sino porque ella es una apasionada de la música de cámara y él dominaba las dos sonatas para violín y piano elegidas: la Tercera de Brahms y la de Cesar Franck. «Después de un álbum tan virtuosístico, me apetecía cambiar de registro -señala-. La música de cámara, además, te permite acceder a una profundidad de la que puedes sacar a la luz todos los detalles».
Otro disco con la Orquesta Sinfònica de Barcelona recoge por primera vez el tercer concierto del catalán Joan Manén, único violinista junto a Sarasate capaz de interpretar todas las obras de Paganini, incluso las «inejecutables». El tercero, grabado con anterioridad, contiene el concierto para violín, guitarra y orquesta de Lorenzo Palomo incluido en el CD Fulgores, que se presentó en La Quinta de Mahler al día siguiente de la muerte del director de la versión, Jesús López Cobos.
Ana María Valderrama no ha detenido su actividad docente ni artística por su reciente maternidad. Ha estado de baja del conservatorio los cinco meses habituales, y tampoco levantó el pie demasiado durante el embarazo, pues de ocho meses aún estaba de gira con la Sinfónica de Castilla y León. Ahora la pareja se ha mudado a un chalé, lo que les facilita ensayar sin molestar a los vecinos. Como los dos son músicos y tienen que practicar, suelen turnarse por la noche, aunque ella apenas disfruta todavía de una autonomía de tres horas, salvo que un biberón de vez en cuando la salve...
Ser madre no sólo le ha cambiado la vida. También es nueva la forma de tocar y de enfrentarse al público. «Por un lado, tienes menos nervios cuando sales al escenario: estudias menos pero con mayor concentración, y estás tan cansada que te dices: 'He hecho todo lo que he podido y más', y entonces relativizas. Al mismo tiempo, hay otra profundidad al abordar la música y sientes que tienes más cosas que contar». Todo eso se lo debe al pequeño Simón.
El Mundo- P. Unamuno
22/08/2018