Del duende a la técnica, llega la generación afinada

 

Son una promoción de músicos jóvenes que ha tomado los escenarios mundiales. Aliados del duende y dueños de un elegante virtuosismo, acaparan premios y ovaciones. No ha sido fácil hacer que sus agendas convergieran pero aquí están juntos por primera vez. Son Félix Ardanaz, Alejandro Bustamante, Miguel Colom, Pablo Ferrández, Juan Pérez Floristán y Ana María Valderrama. Nos hablan del despegue musical en España, de las giras eternas, de la importancia de los conservatorios, de la competitividad de los concursos, del laberinto discográfico y de su experiencia en orquestas extranjeras.

Van llegando por goteo al vestíbulo de la Fundación Albéniz, sede de la Escuela Reina Sofía, que celebra en estas fechas su 25 aniversario y donde se han formado muchos de ellos. Los violinistas Alejandro Bustamante (Madrid, 1986) y Miguel Colom (Madrid, 1988), buenos amigos, se personan juntos. Les sigue el pianista Félix Ardanaz (San Sebastián, 1988), recién aterrizado de Nueva York, donde pretende asentarse los próximos años para ir cuajando su carrera como director (acaba de recibir una beca Fullbright con la que sufragará la estancia). Hay que esperar un poco más a Pablo Ferrández (Madrid, 1991), nuestro Messi del violonchelo, que no para de acumular galardones internacionales. Y por último baja apresuradamente de un taxi la violinista Ana María Valderrama(Madrid, 1981), que viene de la Fundación Juan March, en la que acaba de tocar y dirigir a la Orquesta del Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, donde ejerce como profesora. Ruborizada por el retraso, pronuncia la palabra perdón casi un centenar de veces (abrumadoramente preparada y, ya vemos, educada).

Tenemos que excusar a Juan Pérez Floristán (Sevilla, 1993), que no llega para la foto pero sí tercia en el debate. El pianista andaluz, aupado sobre su fraseo fluido y su trazo firme, puso este verano una pica española en el prestigiosoConcurso Internacional de Piano de Santander Paloma O'SheaVolvió a inscribir en su palmarés un nombre patrio, algo que no sucedía desde de 1979, cuando lo ganó Josep Colom. Un hito que da la medida del potencial de esta promoción de instrumentistas. Allí se enfrentó a las temibles huestes orientales (en la últimas rondas sólo quedaban él y otros cinco pianistas japoneses, coreanos y chinos). “Los músicos asiáticos tienen una tendencia evidente al dominio técnico y la repetición mecánica”, apunta Floristán. “Y lo digo con conocimiento de causa, no sólo por el concurso, sino por el entorno en el que me estoy formando en Berlín, donde el porcentaje de pianistas de allí es del 60%, por encima de cualquier nacionalidad, ¡incluso la alemana!Que de tan ingente cantidad salgan tan pocos músicos de interés real significa, por lo menos, que algo funciona mal”. Eso que funciona mal es el énfasis que se hace durante la formación en las destrezas técnicas y la ausencia de interés por ahondar en qué se esconde bajo la partitura.

Así lo piensa Ardanaz, que alerta de que esa inflación de perfeccionismo se expande ya por todo el mundo: “Es la mentalidad que prevalece. Pero no creo que sea impuesta unívocamente en los conservatorios. Los concursos y el mundo discográfico han ido imponiendo esa mecánica impoluta y, en ocasiones, acrobática. Pero si analizamos el arte de los grandes genios del pasado, como el de Callas o Horowitz, nos percatamos que no era una ejecución mecánica irreprochable lo que les definía como artistas. Era otra cosa: su halo, su alma, su personalidad. Hoy es complicado encontrar músicos así, algo paradójico teniendo en cuenta que el nivel interpretativo general ha aumentado sobremanera”.

La verdad tras la partitura

Alejandro Bustamante no cree que esa tendencia sea tan palpable en los conservatorios nacionales. Y habla con fundamento: él, junto a Valderrama, es uno de los poquísimos músicos jóvenes con plaza en uno de estos centros en España, lo que les ha permitido desarrollar su carrera dentro de nuestras fronteras. Enseña en el Conservatorio Superior de Castilla y León (Salamanca) y asegura que “cada vez tenemos más docentes altamente cualificados y con auténtica vocación, que entienden la complejidad del hecho musical y tienen como objetivo último la búsqueda de la verdad”.

En esa notable mejora de la enseñanza musical en España la Escuela Superior Reina Sofía es una de las instituciones clave. Paloma O'Shea la fundó en 1991 con la intención de paliar las deficiencias de la educación reglada en este campo.La aventura docente arrancó en unos garajes de Pozuelo, con dos grandes músicos en su nómina de maestros: el pianista Dimitri Bashkirov y el violinista Zakhar Brown. Luego se fueron sumando figurones como Yehudi Menuhin, Misha Rostropóvich, Daniel BarenboimZubin MehtaAlfredo Kraus,Teresa BerganzaAlicia de Larrocha... “La Escuela ha supuesto un antes y un después en España”, afirma Valderrama. “El método pedagógico funciona muy bien. Recuerdo que teníamos un profesor titular (en mi caso Zakhar Bron) con clases intensivas una vez al mes, lo cual era muy inspirador. Pero además teníamos otro profesor asistente (Yuri Volguin) con el que dábamos clase dos veces a la semana o incluso más. Notaba que avanzaba a una velocidad mucho mayor que con un método más tradicional. Además, las oportunidades que daban de tocar en público tan a menudo eran fundamentales para coger ‘tablas".

Allí también estudiaron Ferrández, Colom y Floristán. Recibieron lecciones muy valiosas. Pero ya sabemos que el duende no se enseña, viene de serie y tenemos la suerte de que sea una seña intransferible de nuestros músicos, un don que les otorga una ‘ventaja comparativa' en un entorno tan competitivo. Ferrández, cuya madre es guitarrista flamenca, mantiene una especial sintonía con ese ente misterioso: “El duende o la magia en la música es lo que todos anhelamos sentir en un concierto, tanto los intérpretes como el público. Hay veces que se da y otras no, no hay fórmula científica fija que lo desencadene. Esa es su belleza.Yo vivo por esos breves momentos de mágica comunicación con el público. Ese es el verdadero sentido de la música”. El violonchelista madrileño, afincado desde hace cuatro años en Frankfurt, lo ha invocado con éxito a lo largo de su reciente gira por varias ciudades españolas junto a la Orquesta Sinfónica de Viena. Aferrado a su Stradivarius de 1696, que le ha prestado la Nippon Music Foundation, ha impresionado a la crítica (“impecable, exquisito, memorable...”).

Abrumadoramente preparados

Todos ellos están acostumbrados a estos epítetos. Son jóvenes aunque abrumadoramente preparados. El eslogan publicitario, aplicado a esta generación de músicos españoles, puede llevarse al extremo. Está justificado. Han recibido el magisterio de los más grandes maestros de sus respectivos instrumentos. Dominan idiomas: el inglés, el francés y el alemán casi por descontado pero también se atreven con lenguas tan inaccesibles como el polaco. La técnica la asocian con el duende y la combustión de ambos les permite sobresalir en un panorama internacional saturado de virtuosos imberbes, capaces de ejecutar notas con infalible precisión y a velocidad vertiginosa, pero sin generar ninguna sugestión trascendente, como la que provocó Floristán en Santander. Nada extraño en un músico familiarizado con esos seres metafísicos que conspiran en favor del artista. “Lo del duende no es una leyenda, eso lo primero”, sentencia de entrada. “España y, concretamente el sur, siempre ha sido cuna de talento artístico. Lo segundo es que el término duende es un arma de doble filo. El propio Paco de Lucía decía que lo que el resto del mundo llamaba duende, él lo llamaba horas y horas diarias a la guitarra”. El pianista sevillano, que tocará los próximos días 17 y 18 con la Orquesta de la RTVE en el Monumental, forma parte del trío VibrArt, junto a Fernando Arias (violonchelo) y Miguel Colom. Lo fundaron en Berlín, ciudad por la que todos han pasado (o pasarán: Ferrández se instalará en septiembre), una especie de meca para cualquier músico joven. Floristán y Colom viven allí. Este último lleva ya ocho años en la capital alemana. Conoce bien las ventajas que procura Alemania a su gremio: “La valoración y respeto hacia los músicos así como la inversión en cultura es enorme. Su himno es el segundo movimiento de un cuarteto de Haydn, las estaciones de metro están plagadas de anuncios de conciertos, algunos se retransmiten en cines en directo... Yo vivo en un edificio en el que el requisito para alquilar una apartamento es ser músico. Además, tengo la suerte de tener cedido un fantástico violín por un mecenas alemán”.

Valderrama, que acaba de lanzar A mon ami Sarasate, recuerda detalles como la revista gratuita mensual Concerti, que recoge los conciertos de clásica en la ciudad cada día. “Sólo en Berlín hay tres teatros de ópera, además de la Philarmonie, el Konzerthaus y muchísimas más salas. Me impresionó encontrar a un público tan instruido. Llegué a ver abucheos cuando un concierto no tenía la máxima calidad, o risitas pícaras de dos señoras mayores cuando a un gran concertista se le escapó una pequeña desafinación en una nota”. Aunque para público versado, el de Viena. Ardanaz, que ahora está viviendo en la capital austríaca y al que veremos en el Festival de Arte Sacro el día 30, lo acredita con una anécdota: “Allí es inconcebible que se vacíen las salas. La última vez que fui al Musikverein me tocó ver el concierto de pie porque se habían vendido todas las plazas. Junto a mí había ancianos con muletas también de pie, y jóvenes de 20 años que comentaban cómo el tempo de la reexposición de una sinfonía de Beethoven había descendido con respecto a la exposición. Cuando lo escuché, no pude evitar pensar que una escena así no podía ser posible en España, donde Ibermúsica, que ha traído a las mejores orquestas del mundo, ha estado al borde de desaparecer porque las salas están cada vez más vacías y porque no cuenta con ningún patrocinio público”.

Inercias positivas españolas

Bustamante, por su parte, aporta su experiencia en Estados Unidos. Estudió con quince años a la vera de Mimi Zweig en la String Academy de la Universidad de Indiana. Tenían un grupo llamado Violin Virtuosi. Habían programado una gira por Europa pero el viaje se truncó. Zweig intentó compensarles. Se le ocurrió hablar con el Carnegie Hall para que le hicieran un hueco a sus entusiastas teenagers. Les propuso que la recaudación se destinaría a los barrios desfavorecidos de Nueva York. “La respuesta del Carnegie Hall fue un sí inmediato. Éramos un grupo casi de niños y lo normal habría sido que dijeran que no éramos dignos de tocar en la sala más prestigiosa del mundo. Aquella acogida ilustra para mí esa mentalidad de apoyar proyectos valiosos, cueste lo que cueste

Son ejemplos que no parecen dejar en buen lugar a nuestro país. Pero está claro que España ya no es el páramo musical que fue. En las últimas décadas, con la salvedad del agujero negro de la crisis, se han asentado inercias muy positivas que han de ser ponderadas. Así lo hace Ferrández: “Creo que los españoles somos muy injustos con nosotros mismos, sólo se habla de lo malo pero tenemos cosas increíbles, a la altura de Alemania sin ninguna duda”.

Y se arranca a enumerarlas: “Tenemos maravillosas salas de conciertos, realmente excepcionales. ¡No sabes lo difícil que es encontrar una por ahí fuera (por muy famosa que sea) con una buena acústica! Aquí tenemos muchas, y encima bonitas. La gente alucina cuando viene a tocar. Tenemos también muy buenas escuelas, como la Reina Sofía, que está a la altura de las mejores del mundo. Tenemos muchas ayudas a los estudiantes en forma de becas, algunas muy potentes, como las que dan de la Caixa, Juventudes Musicales, Fundación Casals… Y por último tenemos generaciones de artistas que están dando concierto por todo el mundo y que le hacen a uno sentirse muy orgulloso: Juanjo Mena, Pablo Heras-Casado, Javier Perianes, Asier Polo, Leticia Moreno, los hermanos del Valle… Y podría seguir y seguir porque la lista es muy larga. En definitiva, por supuesto que hay cosas que mejorar pero no vendría mal dejar de ser tan negativos por una vez. ¡Es la hora de empezar a disfrutar de todo lo que tenemos y de ir a los conciertos!”. Estos seis precoces virtuosos, desde luego, lo merecen.

 

Alberto Ojeda, El Mundo

11/03/2016

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